Mártir para unos, villano inconfundible para otros, no hay lugar para zonas intermedias cuando tratas con los Sidhe. Y más vale, por tu bien, que no tengas nada pendiente con ellos…
Era mi intención, ya en la semana pasada, hablar de los faericos Sidhe –por influencia de mis recientes lecturas, pues en este mundo todo se mueve con las olas y sube o baja según la marea-. Pero eso era la semana pasada, una que pasó extraordinariamente deprisa, tanto que apenas ha dejado huella de sí en mi memoria.
Ahora, al principio de esta, recién estrenada y con el acelerador también pisado a fondo, me hubiera gustado hablar de blancos y negros. No de la pigmentación de la piel, no, sino de cómo nos facilitamos la vida los humanos viendo las cosas de un modo bicolor, sencillo y cómodo, sin complicaciones morales. Trazamos nuestra frontera, ya sea cultural o social, y más allá de ella ya no nos vale nada. Y ojo con tener un pie a ambos lados, pues dependiendo de lo cerca que estés de nosotros te veremos “aquí” o “allí”.
Humanos, para qué decir más. Y, aún así, hay veces que es necesario trazar esa frontera y actuar en consecuencia. Que lío, ¿no? ¿Mal si ando, mal si no ando? No, no es tan complicado, o puede que si, tan solo hay que saber cuando andar. Cosa nada fácil, aunque si hay gente que tiene una gracia especial para hacerlo de un modo natural, innato.
Y mientras lleno la cabeza y el blog –o bitácora- de tonterías, el verano pasa y mis sentidos empiezan a chillar en silencio, poco a poco, levantando la voz según pasan los días, advirtiéndome de que el tiempo se va y no estoy haciendo más que la mitad de lo que había previsto. Pero las cosas son así, y nunca llueve a gusto de todos.
Y para los interesados, la “Llima Tengu” sigue a la espera de ser sacrificada en cubata o ensalada.